lunes, 26 de junio de 2017

La forma actual de la hegemonía - Reflexiones sobre el legado de Gramsci a 100 años de la revolución rusa

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La coincidencia de ambos aniversarios, los 100 años de la Revolución Rusa y los 80 de la muerte de Gramsci, plantean simultáneamente la discusión de ambos legados, el de la revolución y el de las conclusiones de Gramsci sobre su “traducción” a otros territorios. Si bien no coinciden los aniversarios “redondos” deberíamos agregar una tercera fecha para pensar el problema. El año que viene se cumplen 50 años del inicio del ascenso de luchas de masas que tuvo lugar a nivel internacional desde 1968 hasta 1981 aproximadamente. 

1917, 1937, 1968. Los líneas que se pueden trazar entre los tres aniversarios sirven para delimitar un campo de ideas, balances históricos y debates estratégicos imprescindibles para reflexionar sobre el legado de Gramsci, en particular sobre la actualidad de la problemática de la hegemonía, de cuya “forma actual” intentaremos reflexionar en esta intervención.

Fue a partir de la derrota (en América Latina) o contención de ese ciclo de luchas (en Europa) que se impusieron dos conclusiones características en la mayoría de las izquierdas en las últimas décadas: el abandono de la centralidad de la clase obrera como sujeto de cambio y la adopción de la democracia burguesa como un campo de intervención política cuyos límites no podrían ser más superados.

En este clima de ideas, la cuestión gramsciana de la hegemonía sería el punto de partida de un conjunto de reinterpretaciones de su obra, que tuvo distintos representantes pero un común denominador: la hegemonía como articulación de distintas posiciones de sujeto, como bloque popular o como voluntad colectiva, siempre en oposición al clasismo, considerado reduccionista y esencialista y la figura del socialismo como radicalización de la democracia.

José Aricó, Carlos Nelson Coutinho, Laclau y Mouffe a pesar de sus notables diferencias en el plano teórico o conceptual, mantuvieron desde ese punto de vista una similar orientación política, que tiene en las distintas figuras de una “voluntad colectiva nacionalpopular” constituida en los marcos de la transición democrática, una “democracia progresiva” o “democracia radical” su horizonte estratégico común.

La traducción de estas ideas al plano de la práctica política ha sido por demás tortuosa y no siempre lineal, pero en líneas generales podemos decir, quizás haciendo un síntesis no muy sutil, que mientras la intelectualidad teorizaba el fin de la etapa en que la clase obrera había sido considerada el agente privilegiado de la acción política revolucionaria, nuevas y viejas izquierdas moderadas fueron estructurando una práctica centrada en hablarle, evocar y constituir discursivamente un sujeto de “clase media”, desde el New Labour británico al PT de Brasil. Por el lado de las extremas izquierdas se pasó a considerar la sumatoria de movimientos sociales con reclamos parciales como un reemplazo de la clase obrera.

El reciente ciclo de los gobiernos posneoliberales en América Latina y la crisis de la Unión Europea en el marco de la crisis económica internacional en curso desde 2008, con los fenómenos políticos que se desarrollaron en los últimos años, introdujo nuevos debates que continúan a su manera los anteriores a los que hacíamos referencia: la temática del “populismo” y un cierto revival del “eurocomunismo” de la mano de Syriza y PODEMOS. 

En cierto modo, podríamos decir que este derrotero de debates terminó restaurando el sujeto centralizador que las distintas alternativas posmarxistas o socialdemócratas de izquierda habían querido dejar atrás, sólo que en lugar de la clase, pasó a ser el Estado, según Pablo Iglesias “la última esperanza de los pobres”.

Paradójicamente, como señala Owen Jones, la que retoma el discurso de clase es la nueva derecha xenófoba y nacionalista, lo cual permite al progresismo y la izquierda quejumbrosa decretar una vez más el atraso insuperable de la clase obrera recreando a su vez la propia impotencia estratégica.

En síntesis, las formas diversas de “hegemonía débil” o “hegemonía democrática” se demostraron impotentes para enfrentar la deriva crecientemente reaccionaria del capitalismo. Estas lecturas, a su vez, se basaron en una simplificación del pensamiento de Gramsci sobre la cuestión.

Hagamos aquí un pequeño paréntesis para repasar los elementos que hacen a la hegemonía proletaria en los Cuadernos de la cárcel:

-El rol fundamental del grupo social en la actividad económica de la sociedad. Debatiendo simultáneamente con Sorel y Croce, Gramsci destaca que la hegemonía no puede ser solamente ético-política sino también económica, porque se basa en el rol decisivo que el grupo que hegemoniza juega en la actividad económica (C13 §18).1

-La conquista de autonomía. En distintos pasajes de los Cuadernos de la cárcel, Gramsci destaca el peso de la experiencia de L’Ordine Nuovo en el movimiento turinés de los consejos de fábrica. En su lectura, la experiencia de la democracia fabril y el control obrero de la producción, indica que la clase obrera, tomando en sus manos las exigencias de la producción y separándolas del interés del capitalista, comienza a dejar de ser subalterna Esta experiencia “espontánea” es para Gramsci la base para el desarrollo de una “dirección consciente” cuya diferencia con la espontaneidad es una diferencia “de grado” es decir la teoría puede ser traducida a la experiencia práctica y viceversa (C3 §48, C9 §67 o C22§2).

-La independencia política y la política hegemónica. En su célebre pasaje sobre los análisis de situaciones y relaciones de fuerzas, Gramsci identifica la independencia política con nivel de las relaciones de fuerzas políticas, en el que se supera la comprensión del interés común a escala de una sola fábrica o región, pero todavía se mantiene restringida al propio grupo social y orientada a conseguir mejoras en los marcos de la “legislación vigente”. Mientras que la política hegemónica indica la comprensión de que los intereses del grupo social deben expandirse y confluir con los de los demás grupos oprimidos en lucha por un nuevo tipo de Estado. Esta política hegemónica encarna en un partido revolucionario, que Gramsci identificaba con el mito-Príncipe, inspirándose en Maquiavelo (C13 §17).

-La filosofía de la praxis. La importancia asignada por Gramsci a la cuestión de la hegemonía en la teoría y la práctica política, tiene su correlato en la defensa de la filosofía de la praxis como una teoría independiente de las distintas variantes de la ideología burguesa, que contiene en sí todos los elementos para crear un “humanismo laico” en los marcos de un nuevo tipo de Estado. El carácter hegemónico del proletariado se juega también en este plano, poniendo al marxismo como la síntesis más avanzada de la cultura de occidente, capaz de combinar la cultura de masas y la alta cultura (C11 §27, C11 §70).2

-La relación de fuerzas militares. Si bien estrictamente no formaría parte de la hegemonía, ya que Gramsci la considera un momento diferenciado de las relaciones de fuerzas, la relación de fuerzas militares es inseparable de aquella. La política hegemónica no reemplaza la resolución por las armas de los conflictos que tienen su origen en las relaciones de fuerzas sociales objetivas pero a su vez la relación de fuerzas militares expresa hasta dónde se ha vuelto hegemónica una clase o mejor dicho hasta dónde una clase que ya es dirigente de los grupos aliados puede volverse dominante de los grupos enemigos (C13 §17).3

Para sintetizar una de las cuestiones que hacen a su actualidad, en la concepción de Gramsci no hay una contraposición entre la conquista de unidad, consciencia de sus propios intereses y autonomía de la clase obrera y la puesta en marcha de una política hegemónica, tendiente a unirse y acaudillar a otros grupos sociales. 

Sin embargo, la realidad de la clase trabajadora hoy es mucho más fragmentaria que en el pasado. Sería un error trazar una imagen de una clase obrera totalmante homogénea y en el pasado y totalmente heterogénea en la actualidad. Trotsky señalaba en su libro Problemas de la vida cotidiana, que la clase obrera era un conjunto heterogéneo,  compuesto por sectores y capas que no hacían las mismas experiencias al mismo tiempo. Pero esa heterogeneidad es hoy muy mayor a la que haya existido en el pasado. Y ese es un dato central para pensar en términos estratégicos la problemática de la hegemonía en la actualidad, signada por una gran extensión de la condición asalariada, pero con una serie de particularidades:

-La multiplicación de sus divisones internas producto de la precarización laboral.

-La creciente feminización de las fuerza de trabajo.

-El fenómeno de las migraciones internacionales que constituye un proletariado de múltiples nacionalidades en la mayoría de las ciudades europeas.

-La persistencia, junto con estos nuevos procesos, de un movimiento obrero tradicional y sindicalizado, con mayor o menor peso según cada realidad nacional.

-El desarrollo de sectores de servicios, como los grandes transportes y servicios urbanos, que si bien no paralizan la producción de mercancías impiden el funcionamiento normal de las ciudades y la circulación de la fuerza de trabajo (pensemos por ejemplo en el Metro de San Pablo en Brasil).

-El desarrollo de identidades (étnicas, nacionales, religiosas, de género, por motivos de luchas puntuales) que si bien no se contraponen directamente a la condición de clase no necesariamente parten de ella en la propia subjetividad de sus protagonistas. 

¿Qué carácter le imprime esta nueva realidad de la clase obrera a la problemática de la hegemonía?

-En primer lugar, que una política hegemónica no sería solamente “externa” es decir tendiente a lograr una comunidad de intereses con otros sectores sociales oprimidos, desde una clase obrera homogénea y consciente de su interés, sino que debería simultáneamente tender a articular las luchas de otros movimientos y sectores sociales con la de la clase trabajadora y a la vez soldar la unidad de está última destacando lo común de la condición de clase sin desconocer las otras formas de identificación.

-En segundo lugar, que esta simultaneidad entre política hegemónica y lucha por la unidad de la clase obrera, no desconoce tareas “clásicas”, en particular la lucha por recuperar los sindicatos, que se resume en la independencia de los sindicatos respecto del Estado y la recomposición de su democracia interna. Si bien agrupan a una minoría de trabajadores en relación con el conjunto, suelen ser aquellos con mayor “posición estratégica” los que están sindicalizados y en muchos casos bajo formas de totalitarismo sindical tutelado por el Estado.

-En tercer lugar, esta temática se relaciona con la de la dualidad de poderes, que en el pensamiento de Trotsky estaba unida a la de la hegemonía, aunque sin nombrarla: “La mecánica política de la revolución consiste en el paso del poder de una a otra clase. La transformación violenta se efectúa generalmente en un lapso de tiempo muy corto. Pero no hay ninguna clase histórica que pase de la situación de subordinada a la de dominadora súbitamente, de la noche a la mañana, aunque esta noche sea la de la revolución. Es necesario que ya en la víspera ocupe una situación de extraordinaria independencia con respecto a la clase oficialmente dominante; más aún, es preciso que en ella se concentren las esperanzas de las clases y de las capas intermedias, descontentas con lo existente, pero incapaces de desempeñar un papel propio. La preparación histórica de la revolución conduce, en el período prerrevolucionario, a una situación en la cual la clase llamada a implantar el nuevo sistema social, si bien no es aún dueña del país, reúne de hecho en sus manos una parte considerable del poder del Estado, mientras que el aparato oficial de este último sigue aún en manos de sus antiguos detentadores. De aquí arranca la dualidad de poderes de toda revolución.”4

Trotsky también había señalado en diversos trabajos que la combinación de circunstancias que se conjugaron en la revolución rusa en general y en particular en le momento de la insurrección no se repetirían. En ese sentido, las elaboraciones tácticas y estratégicas del Tercero y Cuarto Congresos de la Internacional Comunista del Frente Único y el Gobierno Obrero, buscaban una forma específica de recrear la estrategia revolucionaria en Europa Occidental.

En América Latina hubo experiencias que tuvieron un carácter comparable, como la COB en la revolución boliviana del '52 o los Cordones Industriales en Chile en los '70, a otro nivel las Coordinadoras interfabriles en la Argentina en 1975. 

La conjunción de las dos problemáticas, hegemonía y dualidad de poderes, que está relacionada a su vez la reflexión sobre las relaciones entre hegemonía y revolución permanente, implica unir el plano de la acumulación de fuerzas con el de la ruptura revolucionaria, pensando en una temporalidad más larga que la dinámica virtuosa de la revolución permanente en tiempos de crisis agudas, pero sin caer en una lógica política de evolución gradual, que para Gramsci coincidía con la de las “restauraciones progresistas”.

(Texto base para la ponencia realizada en las Jornadas Incursiones Gramscianas Argentinas, el día 22 de junio de 2017 en el Centro Cultura de la Cooperación, Buenos Aires, Argentina)

Notas 

1 Ver “Gramsci: tres momentos de la hegemonía” en dossier digital especial de Ideas de Izquierda, abril 2016.
2 Todas las referencias, con número de Cuaderno y parágrafo, corresponden a Quaderni del carcere, Edizione critica dell’Istituto Gramsci a cura di Valentino Gerratana, Torino, Einaudi, 2001.
3 Hemos realizado este repaso en el artículo "Perry Anderson, Gramsci y la hegemonía", en Ideas de Izquierda N° 35, noviembre-diciembre 2016.
4 Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, Madrid, Sarpe, 1985, p. 177

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