jueves, 2 de abril de 2009

El conformismo que se viene

Por Juan Dal Maso

La muerte de Alfonsín ha conmovido a mucha gente. Los militantes de la Franja Morada, más afectos al dinero de los estudiantes que a las movilizaciones callejeras, han vuelto a sacar sus banderas de la covacha. Todo el arco político burgués llora la muerte del dirigente radical.

La clase dominante echará de menos a un político que supo privilegiar la estabilidad del orden social por sobre cualquier otra consideración, como planteó con toda claridad Duhalde en declaraciones de estos días.

La operación ideológica de presentar a Alfonsín como el paladín del “consenso” contra la “crispación” obedece a la necesidad de la burguesía de sentar las bases de una reconfiguración del régimen político en el escenario “pos-kirchnerista” que se viene.

Después de que estallara la democracia bipartidista, de la que Alfonsín fuera un actor central, en diciembre de 2001, el peronismo contuvo la situación y el gobierno de Néstor Kirchner buscó recomponer la autoridad estatal, expropiando desde arriba los reclamos callejeros con sus políticas “progresistas”, que se fueron “derechizando” progresivamente.

Ubicado discursivamente desde la crítica de la democracia que acababa de estallar por los aires, la burguesía lo dejó hacer en la medida en que la recomposición económica garantizaba jugosas ganancias para todos los sectores patronales.

Frente al escenario de la crisis mundial, la burguesía pide “consenso” para “concertar” entre ellos que la crisis la paguemos los trabajadores.

Habiéndose roto la unidad burguesa en torno al kirchnerismo, se puso de relieve que la recomposición de la autoridad estatal lograda por éste, no ha podido expresarse en un sistema de partidos estable. La reivindicación de Alfonsín, incluida su “última voluntad” de hacer volver a Cobos a la UCR, es parte de la expectiva de volver a alguna forma de bipartidismo, con una UCR reconstruida y un PJ no kirchnerista, en el cual podrían abrevar también las expresiones de centroderecha.

Polemizando en los comienzos del kichnerismo con Horacio González, que quería cubrir el accionar gubernamental con la figura del mito soreliano, señalábamos que el mito del kirchnerismo se componía de dos trazos discursivos muy pobres: el país en serio y el capitalismo nacional. Señalábamos las nulas posibilidades de encuadrar esas ideas en una fuerza histórica capaz de dar lugar a un movimiento activo de las mayorías populares. Lo más de izquierda del discurso gubernamental, lo que se refiere a los DDHH se fue deshaciendo ante las encuestas sobre la inseguridad y el cambio de las condiciones generales de la política y la economía del país.

Frente a la decadencia del discurso y la política kirchnerista, la oposición burguesa y la burguesía misma han encontrado en la figura de Alfonsín la piedra angular de un nuevo conformismo, de un nuevo sentido común a constituir: la primacía de la gobernabilidad por sobre cualquier interés partidario, la estabilidad institucional contra las varias formas de “populismo” y la defensa del interés de la burguesía en su conjunto más allá de sus divisiones relativas. En definitiva, la figura de Alfonsín es para la burguesía el estandarte con que busca terminar de volver a la normalidad burguesa entre dos crisis, la que surgió en 2001 y la que se desarrolla en la actualidad. Está claro que una cosa es querer y otra poder hacerlo, pero la apuesta política va por ese lado.

Alfonsín, lejos de ser un paladín del consenso con todo el mundo, supo cultivar el criterio político de diferenciar claramente amigo y enemigo, como proponía Carl Schmitt. Siempre encontró la línea divisoria en las oposiciones de clase y actuó en consecuencia. Por eso la burguesía lo llora y la clase trabajadora no tiene nada que lamentar.

Sí tiene mucho por hacer para evitar que este conformismo que se viene se imponga sobre la pérdida de las más elementales condiciones de vida bajo los efectos de la crisis.



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